viernes, 17 de agosto de 2018

lo de siempre


Photo by Matthew Henry on Unsplash

Hoy fuimos a la guaguateca con la Ema. Nos fuimos en micro. Nos quedamos en el espacio para sillas de ruedas al lado de la puerta; ella de pie, yo acuclillada a su lado. Al rato se subió otra mamá con su hijo, también un infante de entre dos y tres años; se sentaron en los asientos que están sobre las ruedas y el niño jugaba a bajarse. Ella lo dejaba. Yo pensaba en los estilos distintos que tenemos todas; pensaba que, si la micro frenaba, el niño se iba a sacar cresta y media. Pensaba en mi estilo de querer estar pendiente y acompañar a la Ema a procesar lo que ve y lo que le pasa. Y entonces sucedió: Una mujer joven que se aprestaba a bajarse le sonrió. Y yo le dije algo sobre"la chica que te está sonriendo". La Ema la miraba, la mujer iba con audífonos, le dije "está escuchando música". Y la mujer le dijo "¿Quieres escuchar?" e intentó ponerle un audífono en la oreja. No sé bien qué le dije. La mujer se molestó y me contestó "yo tengo dos hijas, chicas también". Ese no es el punto. Que yo sea enojona tampoco es el punto. El punto es que los adultos casi siempre nos acercamos a los niños desde algún lugar que es más una programación que traemos que un verles de verdad. Porque la Ema estaba apenas empezando a conectar con la chica; en ningún caso estaba preparada y menos deseando que la mujer se acercara de golpe e intentara tocarla. No, no creo que estoy exagerando. A una persona adulta desconocida una no se acerca de esa manera. Quizás por miedo, pero quiero creer que por respeto. Y, sí, me parece irrespetuoso tocar a un infante que una no conoce de nada. Y sé que no estoy exagerando porque una vez la mujer, ofendida, se hubo bajado le pregunté a la Ema, "¿querías escuchar?" y mi porota bienamada dijo, con la voz medio suspirosa de cuando ha pasado algo así como un susto: "no".


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